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Esta pintura surge de la llamada inevitable que, en algún momento de nuestras vidas, todos llegamos a sentir: una voz interior que trasciende la razón y nos guía con una fuerza imparable, la atracción de lo trascendental, ese impulso que, por mucha resistencia que opongamos, nos lleva por su camino.
Cada pincelada fue trazada con paciencia y devoción, logrando un equilibrio entre la delicadeza y la firmeza. A través de la composición, busco transmitir serenidad y la intensidad de una verdad ineludible. La ausencia de rostro es intencional: más que la identidad de un individuo, la figura representa un principio eterno: un Cristo resucitado que trasciende lo físico para convertirse en un símbolo universal. Su mano extendida no es una simple invitación, sino una orden silenciosa, una llamada que resuena en lo profundo del alma.
Las marcas en su piel evocan los estigmas, cicatrices de sacrificio y redención que reafirman su naturaleza espiritual. Sin embargo, más allá del dolor, la imagen rezuma calma y certeza, como si el destino siempre hubiera estado sellado. Combiné luz y sombra con la textura de la pieza, impregnándola de misterio y un aura contemplativa, dejando espacio para la interpretación de cada espectador.
Esta obra no representa simplemente una llamada: es la llamada misma, pulsante y vibrante en el lienzo, esperando ser escuchada y sentida por quienes se atreven a mirar más allá de la imagen.

Añadido el 17 ago 2024

Disponibles en forma de carteles desde 30 €

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