76,2x101,6 cm ~ Pintura, Oleo
Esta pintura nació de un momento de absoluta angustia, un instante en el que el alma parecía perdida en la sombra del tormento. Son esos momentos en los que la angustia nos consume, en los que la esperanza se convierte en un susurro lejano y el peso de la existencia nos oprime. En la desesperación, surge un diálogo entre lo más profundo de nuestro ser y nuestro Creador: "¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarle por la salvación de su presencia. Dios mío, mi alma está abatida dentro de mí." (Salmo 42:5-6).
El proceso creativo reflejó ese estado fragmentado de conciencia. No hubo planificación, ni control absoluto sobre la técnica; solo la urgente necesidad de exteriorizar el dolor, de dejar que el lienzo se convirtiera en testigo y confidente de una lucha interna indescriptible. La pintura surgió de un lugar de desconexión, como si no fuera mi mano la que guiaba el pincel, sino el propio tormento manifestándose a través de mí. La atmósfera de la obra refleja fielmente ese sentimiento: el rostro, sumergido en una mezcla de luces y sombras, refleja el fluir entre la desesperación y la fe, entre la duda y la búsqueda de consuelo. La mirada, intensa y profunda, lleva el eco de una pregunta que resuena en lo más profundo del alma. La textura y los contrastes de color añaden una carga emocional tangible: no es una simple imagen, sino una confesión, una súplica silenciosa, una entrega al vacío y a la esperanza simultáneamente.
Es una huella imborrable de un momento de absoluta vulnerabilidad. Un testimonio de la batalla entre la angustia y la fe, un reflejo del alma que, incluso en su dolor, busca la luz inextinguible.
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